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9 de julio de 1994

   Esta historia no habla sobre malvadas compañías, periodistas machistas o juegos mediocres. Es un relato sobre la cara más amarga de la vida; y de cómo incluso en los momentos más duros puede haber ilusión. Quien la narra es un buen amigo que estuvo allí, viviendo de primera mano uno de los episodios más vergonzosos en la historia de Europa. Ocho años que dejaron tras de sí un país roto, 200.000 muertos y millones de personas sin hogar.

   Esta es una historia real.


   9 de julio de 1994, ex-Yugoslavia. Pensarás que vale que me acuerde del lugar, pero… ¿Cómo puedo recordar el día exacto? De los 210 días que estuve allí, pocos se salvan; y este fue uno de ellos. Al final de la historia sabréis el por qué.

   Llevaba varios meses en la zona, sirviendo como casco azul de la ONU. Para serte sincero, sólo había visto miseria, ruina y desgracias. Y Mostar… Mostar era una pesadilla.

   El río Neretva cruza la ciudad. Paralelo al río había un bulevar; en un lado estaban los croatas, y al otro, los bosnios. Disparándose a apenas 150 metros de distancia, con nosotros en nuestros blindados entre ambos bandos, repartidos cada 300 metros a lo largo del bulevar. Mostar era jodida de verdad.

   Aquel 9 de julio nuestra misión era abastecer de corriente eléctrica a un pueblo cercano, muy pequeño, de apenas veinte familias. Llevaban ya dos años sin luz ni agua corriente. No recuerdo el nombre del pueblecito en cuestión, y bien que me fastidia. Salimos temprano a nuestro destino y no me dejé nada, incluyendo mi walkman Sony con un montón de cintas y mi inseparable Gameboy. Yo era el conductor de BMR (o ‘blindado’), con un equipo que completaban un sargento, un cabo primero y mis cinco compañeros.

   Cuando nos dijeron que era una aldea pequeña no exageraban. El pueblo lo formaban un grupo de casas apiñadas junto a una carretera comarcal. Tras llegar montamos el campamento entre la carretera y la primera casa, con un perímetro amplio rodeado de concertinas, el blindado en medio, una tienda de campaña grande y el grupo electrógeno para dar corriente. En cuanto nos vieron llegar todos los habitantes bajaron a ver qué estaban haciendo allí aquellos soldados de la ONU. A nuestro sargento se dirigió quien parecía ser el alcalde, y con un medio italiano raro preguntó lo que pasaba. El sargento, que era sevillano, se había aprendido en croata “somos una avanzadilla, vamos a traer electricidad”. El pobre hombre sólo debió entender la palabra ‘electricidad’, porque como un resorte se giró al resto de gente que se apilaba detrás de la alambrada, y les gritó lo que en croata sería “¡TRAEN LUZ ELECTRICA!”. Joder; aquello parecía el inicio de las fiestas: todos gritando, saltando, abrazándose. No me lo podía creer. Poco a poco recobraron la calma y cada uno se fue a hacer lo que estuviera haciendo antes, mientras que nosotros continuamos instalándonos.

   Por la tarde, después de haber comido, estaba acabando mi guardia en la improvisada puerta del perímetro. Vi entonces que ladera abajo venían unos chavales de entre 11 y 14 años, con unas cajas de cartón. Al llegar a mi altura (y visiblemente nerviosos) me dijeron si podían pasar. Les pregunté qué es lo que llevaban en las cajas, así que las dejaron con suavidad en el suelo y las abrieron. Cuando me asomé no daba crédito: era un puñetero Commodore 64, junto con un montón de juegos. Querían montarlo y echarse unas partidas. Justo allí. Imaginad mi cara.

   Le pedí permiso al sargento, y susurrándome un “no los pierdas de vista” me dijo que adelante. ¿Qué cara se os quedaría si saliera ahora Half-Life 3? Pues esa cara tenían ellos. Y en un momento lo tuvimos montado; faltaba saber si funcionaba. El mayor de los chavales (de unos 14 años) me contó que lo tenía guardado en un desván desde que estalló el conflicto, por lo que igual ni iba. Cruzamos los dedos y lo enchufé al grupo electrógeno.

   Sin problema: el C64 resucitó de entre los muertos como el primer día. Empezamos a reírnos como si hubiésemos conectado al mismísimo Frankenstein. Les dije “bueno, aquí hay un montón de juegos…”, y me dispuse a dejarles jugar. Pero el chaval ya tenía un juego en la mano, y me lo estaba ofreciendo. Era el Commando. Yo, pese a tener 21 años y estar más zumbado que una maraca, no pude evitar pensar que era una elección bastante jodida… Pero bueno, era el juego que querían, así que lo metimos y cargó a la perfección. Conecté el joystick y me levante de la silla, pero rápidamente me volvieron a sentar, insistiendo en que jugara yo primero. Casi me paso el juego entero en la primera partida, y los chavales estaban alucinando. ¿Recordáis la pantalla de récords, en la que grabas tus iniciales con la mirilla? Todos los chicos se aprendieron mi nombre. Y allí les dejé jugando a más de cien cintas: ponían una, la probaban, la quitaban y se ponían con la siguiente. Así hasta que lo desmontaron todo para marcharse a casa, después de darme mil gracias.

   Estaba casi anocheciendo, y de nuevo un montón de gente bajaba por la cuesta hacia nosotros. Llevaban también algo consigo: una televisión enorme, junto con una antena exterior de esas de camping y un montón de botellas de rakia. El alcalde pidió permiso al Sargento para ver un partido de fútbol. Estaba en marcha el Mundial de Estados Unidos, y esa noche jugaba España contra Italia. El sargento dijo que de acuerdo, pero que por seguridad debían sentarse junto a las concertinas. De modo que la gente del pueblo trajo sillas y mesas, mientras nosotros montábamos la tele cerca de la alambrada. Todos juntos nos pusimos a ver el partido; no teníamos una buena recepción, pero oye, mejor eso que nada. Y así disfrutamos el partido, ellos y nosotros; bebiendo y riendo. No recuerdo el resultado, pero sí que Tassotti le reventó la nariz a Luis Enrique…

   Por eso recuerdo ese día. La fecha concreta. Porque fue el mejor día de los 210 que pasé en un lugar espantoso.

   Posdata: cerca de nuestra base principal vivía un niño con su abuela, que había perdido a su madre en el conflicto. Antes de volver a España le regalé la Gameboy, junto con 100 pilas.

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3 Comments

  • Guillermo GM
    15/06/2016 at 11:24 am

    🙂

  • John
    27/09/2018 at 12:29 am

    Impresionante historia. Cosas así son las que nunca se olvidan.
    Hacia mucho tiempo que no leía algo relacionado con videojuegos que no fuera publicidad o una absurda polémica.
    Gracias.

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    27/12/2023 at 10:29 am

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